¡NO MATEN AL MENSAJERO!


 —Con franqueza —dijo Cástor, irónico, cerrando los ojos y acariciando suavemente las sienes con sus dedos—, hace diez horas que lo conozco a usted, y desde entonces no veo ningún escenario lógico.

»Disculpe, profesor —quiso puntualizar—, pero estamos hablando de una inexplicable trama urdida en la Palestina más mística e históricamente desconocida, hace nada menos que diecinueve siglos, en base a lo que transcribió un científico del siglo diecisiete en un misterioso diario secreto que, por algún inexplicable avatar del destino, usted y su amigo británico rescataron inexplicablemente del silencio que guardaba. Y que permanecería en ese mismo silencio, si por una inexplicable causa indescifrable, una insólita cadena de acontecimientos que me abrumará el resto de mi vida, Amelia y yo no hubiéramos acudido a usted, inexplicablemente a usted, con nuestras preguntas.


»¡Caray! No se puede utilizar tantas veces el término «inexplicable» en un mismo enunciado, y pretender encontrar en serio un mínimo de cordura en todo el contexto. Cada nueva revelación suya no hace sino girar una vuelta de rosca más a este misterio».
—¡Eh! —Assaf sonrió, comprensivo—¡No maten al mensajero!


No hay comentarios:

Publicar un comentario