HINDENBURG



Casi fue milagroso que solo viajaran 36 pasajeros a bordo, de los 70 que podía alojar, y que habían embarcado en Frankfurt el 3 de mayo. A decir verdad, el Hindenburg estaba completamente reservado para su regreso, y muchos de aquellos viajeros iban a asistir a la coronación del rey Jorge VI y la reina Isabel, el 12 de mayo de 1937.

A pesar de que no creo que pudiera ennegrecer aún más el desastre ocurrido aquella tarde del 6 de mayo en Lakehurst, Nueva Jersey, no deja de ser paradójica la ironía de que veinte jóvenes en prácticas se habían sumado a la tripulación del dirigible, siendo un total de 61 almas en el elitista cuerpo de mantenimiento del navío. Casi dos por cada uno de los pasajeros.


Todo fue mal en aquel, su undécimo viaje a los Estados Unidos. Debido a los fuertes vientos en contra durante todo el trayecto sobre el Atlántico, llevaba un retraso de horas cuando sobrevoló Boston, y se esperaba que su aterrizaje en Lakehurst, aún iba a demorarse más, debido al pronóstico meteorológico y las fuertes lluvias. Aquel retraso iba a comportar que el público en tierra, algunos pocos y privilegiados elegidos, no podría visitar las elegantes entrañas de la aeronave insignia de la ingeniería alemana, mientras estuviera amarrado en el puerto, como era una cortesía habitual, ya que tenían el tiempo justo para preparar el navío para retomar su viaje. Curiosos y nuevos inversores verían truncado su deseo de admirar de cerca, el único motivo por el que viajaran hasta aquel humilde pueblecito de Nueva Jersey.

En torno a las seis y media de la tarde, el capitán Max Pruss recibió la ansiada notificación de que las tormentas iban a tomarse una tregua, y por fin pudo enfilar hacia el amarradero de New Jersey, con un retraso inadmisible de casi ocho horas. Pero, a pesar de la esperada autorización, las cosas no iban a mejorar a bordo del dirigible.


Cambios de dirección y vientos racheados que obligaron al capitán Pruss a hacer varias maniobras inesperadas, y calificadas de “inusitadamente bruscas” por el futuro. La popa de la aeronave pesaba más de lo necesario, por lo que dio orden de soltar lastre de esa zona hasta en tres ocasiones. Aun así, el coloso se mostraba ingobernable, y el capitán empezó a enviar a su tripulación a diferentes áreas del navío, con la esperanza de ganar algo de control sobre él.

Y justo cuando, estando ya a 90 metros sobre la pista del aeródromo, se dio la orden de soltar las líneas de amarre para que el personal de tierra colaborara en la gobernabilidad del ingenio, una lluvia ligera comenzó a caer sobre el aeródromo.

A las 19:25, se desató la tragedia.


El reportero Herbert Morrison y el técnico Charlie Nehlsen fueron enviados por la cadena WLS de Chicago para cubrir el evento. Morrison condujo tres horas para poder grabar el amarraje del enorme coloso en un disco de laca, que más tarde reproducirían en los noticiarios de su emisora. Poco sospechaban que su locución sería uno de los testimonios más dramáticos de todo el siglo XX.

“Ahora está prácticamente parado; han soltado amarras por el morro del navío y varios hombres lo han sujetado en tierra. Está empezando a llover de nuevo... la lluvia había amainado un poco. Los motores traseros de la nave sólo la sostienen, lo suficiente para evitar que -- ¡Acaba de estallar! ¡Apártate! ¡Quítate de en medio!


“¡Graba esto, Charley! ¡Graba esto, Charley! ¡Está ardiendo y se va a estrellar! ¡Está estrellándose horriblemente! Oh Dios, aparta del medio, por favor. Está ardiendo, estallando en llamas y está... y está cayendo sobre el mástil de amarre y toda la gente está presenciando esta catástrofe. Esta es una de las peores catástrofes del mundo.


“Y… oh, está... ardiendo, oh, cuatrocientos o quinientos pies en el cielo. Es un choque terrible, damas y caballeros. El humo y las llamas, y ahora la estructura se estrella contra el suelo, pero no contra el mástil de amarre. Oh, la humanidad y todos los pasajeros gritando por aquí. Se los dije. Es... Ni siquiera puedo hablar con la gente cuyos amigos estaban allí. Es... Es... ....I... No puedo hablar señoras y señores.

“Honestamente, es completamente una masa de restos humeantes. Y apenas podemos respirar. Es dramático, es una locura. Señora, yo... yo... lo siento. Honestamente, apenas puedo respirar.

“Voy a entrar donde no pueda verlo. Charley, eso es terrible. Yo -- yo no puedo... Escuchen amigos, yo -- yo voy a tener que parar un minuto porque he perdido la voz. Esto es lo peor que he presenciado en toda mi vida…”.


Morrison tuvo que pedir por dos veces a una persona, apostada como un invitado más en la tarima de prensa y totalmente sobrecogida, que se apartara del medio, ya que no podía ver aquello que pretendía retransmitir. Aquella persona era Cástor de Aguirre.






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