¡HAN DISPARADO AL PRESIDENTE!


El 16º presidente de los EEU Abraham Lincoln fue asesinado tal día como hoy, en 1865.

Bueno, lo cierto es que fallecerá en unas pocas horas, en torno a las siete y media de la mañana.
Tengo un voluminoso expediente acerca de este magnicidio y debo reconocer que no pude evitar rendirle un breve tributo en Príode, situando a los protagonistas, Cástor y Amelia, en frente de la Pensión Surrat donde John Wilkes Booth y sus secuaces orquestara el funesto ataque.

Tras el inicio de la guerra civil en 1861, esas sospechas no permitían que la familia se relacionara socialmente con comodidad, de modo que su convivencia en Washington, el corazón de la Unión, liderada por el presidente Lincoln, era observada con cierto recelo y desconfianza. Lady Surratt no tuvo otra opción que dejar sus posesiones de las afueras a cargo de un policía retirado de «distendida» reputación, y comenzó a alquilar las pocas habitaciones en su casa de High Street, a «caballeros respetables, que ella conociera personalmente o que fueran recomendados por amigos», según el anuncio que publicara en el periódico The Daily Evenning Star.
Cuatro años después, en 1865, Mary Surratt se convirtió en la primera mujer en Estados Unidos condenada por un tribunal a ser colgada por el cuello en la horca por su implicación en los hechos que llevaron al asesinato del presidente Abraham Lincoln.
Se consideró, y pudo demostrar, que su casa de huéspedes había sido el nido donde se había gestado el magnicidio y que ella había sido parte integrante y resolutiva de la conspiración al haber amparado en su casa a los perpetradores materiales, como Lewis Powell, George Atzerodt, David Herold, o incluso el actor John Wilkes Booth: el autor material del magnicidio y amigo personal de John Surratt, el hijo de Lady Surratt. Todo se había gestado a apenas quince minutos de la Casa Blanca.


También se demostró que había sido ella quien había preparado la retirada de los conspiradores, habilitando armas y provisiones en la posada de Surrattsville. Las pruebas incautadas y los testigos alzaron su voz en contra de ella y la señalaron como única responsable de que los principales implicados en el suceso hubieran estado reuniéndose en su casa de huéspedes.
Tan solo el testimonio exculpatorio de su hijo, desaparecido desde la noche del magnicidio, podía eximir de toda responsabilidad a Mary Surratt, aun cuando ello significara una cierta sentencia para él. John Surratt nunca dio señales de vida durante el tiempo que su madre pasó recluida en prisión ni durante el juicio o la sentencia definitiva.


Mary Surratt murió amando y protegiendo a su hijo, habiéndose negado a revelar dónde se escondía hasta el mismo momento en que subiera al patíbulo.



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