Oh, sí: los duendes existen. Desenlace.

 


Y en un arranque de locura me digo a mí mismo “pase lo que pase, tengo que facturar la maleta de mano”, y no ya por la ropa sudada y la interior menos decorosa, sino por el material que he podido recoger estos cuatro días y los “souvenirs” que han ido llenando mis bolsillos. Esa maleta no puede quedarse en tierra.


Que digo yo, si pagas un billete para poder llevarlo contigo en cabina, ¿por qué diantre debo verme obligado a perderlo de vista?

Bueno, esto es otro tema… Sigo.

De manera que me subo al skylink rogando por que mi duende no me abandone, en un viaje que se me antoja de todo menos rápido y, para colmo, la terminal A se divide en dos secciones. ¿Cómo voy yo a saber si el mostrador 850 está en la primera o segunda terminal? De modo que decido bajarme en la primera y, cómo no, el dichoso mostrador está en la segunda. ¡Ya no me da tiempo de volver a subirme al skylink!



La maleta de mano no tocaba el suelo. Repetía yo en mis adentros “¡corre, Forrest, corre!” al tiempo que hasta la sonrisa de los niños que descubría a mi paso me parecía una afrenta personal.

-          Señora, señora, aparte, señora.

Y, de pronto, cuando ya había consumido más de la mitad de tiempo hasta el embarque de mi vuelo EN OTRA TERMINAL A MÁS DE QUINCE MINUTOS DE DISTANCIA -por si lo habíais olvidado-, me encuentro con un stand de información de la aerolínea. Y me paro. Porque no sé dónde está el mostrador 850 y porque me da la real gana, ea. El sudor que surca mi frente y atraviesa mi camisa me otorga el beneficio de ser maleducado.


Pero la señora en el stand está atendiendo a otro viajero. PERO, POR CARIDAD DIVINA, ¿CÓMO SE ATREVE?

Me resigno, me persigno y pongo cara de amargado, a ver si consigo dar penita.

Y entonces ocurre. Y juro que no exagero ni un ápice. A mi espalda suena una voz femenina, que en un delicioso tono me susurra (en inglés):

-          ¿Te puedo ayudar yo?

Una señora delgada vestida con el uniforme de la aerolínea, de pelo cano, quizá sesenta años y los ojos azules más bonitos que nunca he visto, me dirige una sonrisa a menos de medio metro. Imagino que se compadeció de mí o de mi aspecto de peregrino sarraceno.

-          Por favor, -le digo, intentando parecer coherente-, me acabo de enterar de que debo facturar mi equipaje y no tengo ni idea de dónde debo dirigirme. Me estoy volviendo loco.

-          Ok. Pero eso no es culpa mía, yo ya te he encontrado así —El comentario arranca mi sonrisa y ella me acompaña con el delicado cascabel de su risa -vale. Suena cursi y mariposón. Si te incomoda deja de leer porque no voy a dejarlo aquí. Y ella continúa — tranquilo. Respira y déjame ver tu pasaje.

Yo saco la reserva en mi móvil y ella me indica que la introduzca en una máquina gigantesca delante de la que habíamos estado hablando todo el rato y en la que yo, por los nervios intuyo, no había reparado.

-          Vale, debes ir a la puerta A33 de esta terminal, la A.

-          Disculpe, pero no. Ayer mismo me confirmaban que es la D33 de la terminal D, a tres expediciones de aquí.

-          No, eso ya no vale. Ha cambiado. Es esa cola de ahí…

Y me señala una cola de pasajeros a poco menos de quince metros de donde nos encontramos hablando. No creía lo que me estaba diciendo. Pero veo en la pantalla sobre la jovencita hispana de generosa sombra de ojos con el uniforme de American Airlines, que es mi vuelo y que es mi destino. O sea que, sin saberlo y sin siquiera pretenderlo, he corrido hasta la puerta de embarque que me corresponde.



Si me hubiera quedado frente a la D33 de la terminal D, y conociéndome como me conozco, me hubiera quedado allí hasta que, a falta de dos minutos de embarcar, me hubiera liado a mamporros con la puerta, con la intención de que me dejaran pasar. Eso si, enfrascado en la lectura, no se me hubiera pasado la hora del vuelo. Por lo que sea, un terrible error me hizo encaminarme hacia donde debía estar y esa señora, con el rostro y las maneras de un ángel, me descubrió que todavía hay esperanza para mí. Y vuelvo a decir que no exagero ni un ápice esta historia.

-          ¡Pero aún tengo que facturar esta maleta, querida!

Si, le dije “querida”, y un poco más y le pido matrimonio. Y ella me sorprendió, diciéndome:

-          No te preocupes. Hay mucho espacio en ese vuelo para tu maleta.

Bueno, la verdad es que dijo “belongings”, que se traduciría como “pertenencias”, pero todo lo demás fue exactamente como digo. Volvió a sonreírme y yo di quince pasos hasta la puerta de embarque. Cinco minutos después empezábamos a desfilar hacia el enorme 777. No la volví a ver. Y sí, había suficiente espacio en cabina para mis “belongings”.

A veces no es lo que quieres creer, sino lo que experimentas, lo que marca un antes y un después en tu percepción de la realidad.

Es viernes, 14 de noviembre de 2025. Feliz fin de semana.

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