Oh, si: los duendes existen.

 


Para que digan que los misterios no existen.

Acabo de regresar de Estados Unidos y, como Cástor, estoy convencido de que hay un duende que vela por mí… porque mi cabeza me mete en líos que algún día terminarán por darme un buen susto. He preferido explicároslo para que veáis hasta dónde mi pequeño duende está pendiente de mis designios.

Tenía que coger un vuelo de American Airlines desde Dallas con destino Madrid el día 11 de noviembre, de modo que el día 10, de mala gana y pasadas las 17:00, hice el “check in” de pasaje. Debes hacerlo 24 horas antes de que salga tu vuelo, según normativa de la aerolínea. En dicho check in, se me comunica que debo estar en la puerta D33 de la terminal D, para coger el vuelo AA36. D33 de la terminal D, vale.


Dicho y hecho, me desplazo hasta el aeropuerto internacional de Fort Worth y, si has tenido la oportunidad de visitarlo, sabrás que es una maldita pesadilla, pero de las más enormes que te puedas imaginar: son cinco gigantescas estaciones (a, b, c, d y e) que se comunican entre ellas por un “shuttle”, el Skylink, un pequeño tren que traslada a los pasajeros de estación en estación, dependiendo de sus necesidades. Es un servicio rápido y constante que cubre el recorrido en pocos minutos.


Sigo: D33 de la terminal D, vale.

Llegamos con tiempo más que suficiente, pero el trámite para devolver el coche de alquiler de Alamo Car Rentals, sumado a la total falta de cortesía de la asistente de la sucursal, una afroamericana de gigantescas uñas naranjas, con tanta pedrería incrustada que no sé cómo no acaba con agujetas en los dedos, hizo que se nos retrasara todo un poco, porque el centro de devolución de vehículos está FUERA del aeropuerto, y debes coger un autobús azul que te deja, a ti y a tus maletas, en el centro de recepción de cada una de las terminales del gigantesco aeropuerto. Como digo, una gestión muy compleja que vas aprendiendo a medida que te encuentras con ella.

De todos modos, llegué a la puerta D33 de la terminal D con más de dos horas de adelanto y me dispuse a hacer tiempo leyendo un poco y paseando por las diferentes tiendas duty-free.

Pero cuando faltaban exactamente 44 minutos para embarcar, me vino a la memoria el recuerdo de algo que había ocurrido durante el “check in” online y que me puso los pelos de punta. Recordaba haber hecho una captura, con la intención de volver sobre ello “cuando tuviera tiempo” y, obviamente, ese “cuando tuviera tiempo” era precisamente a falta de 44 minutos de subirme al avión. Y resulta que aquella captura me informaba de que me comprometía a facturar mi equipaje, sin cargo alguno, debido a las restricciones de espacio de mi vuelo… Y aquí viene lo bueno: debía facturarlo en el mostrador A 850 de la terminal A del aeropuerto. ¡LA TERMINAL A, Y YO ESTOY EN LA D!


Me puse muy nervioso. Falta poco para embarcar y tengo que facturar mi maleta en un mostrador que está a un mundo de distancia. Corriendo como puedo, localizo las escaleras que me llevan hasta el skylink con su distintivo color naranja y, tan pronto como me subo a él, el panel digital me informa que mi terminal se encuentra a quince minutos… faltan ahora 36 minutos para que abran las puertas de mi vuelo y yo estoy a 30 (quince de ida y quince de vuelta) de poder embarcar. Cualquier retraso facturando la maleta convertirá aquella aventura en un desastre total…

 

Continuará. No te pierdas el desenlace que hay milagros y ángeles de ojos azules.

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