SE ACABA EL AÑO


Y debo ser uno de los pocos seres humanos que han cumplido dos sueños en los últimos 365 días.

El día de los enamorados publiqué PRÍODE en la editorial Guante Blanco. Un trabajo que tardé siete años en confeccionar y del que me siento muy orgulloso. A día de hoy, puede encontrarse en la mayoría de librerías online, en Andorra y también en gran parte de Sudamérica. Sigo recibiendo comentarios halagadores que, en definitiva, es lo que cuenta.

Y en noviembre, después de 30 años, pude visitar nuevamente Estados Unidos y, por fin, mi anhelada Dallas. He leído todo lo que ha caído en mis manos acerca del asesinato de Kennedy, de modo que visitar los lugares donde se fraguó el magnicidio ha sido uno de los mayores regalos que me ha concedido la vida. Y hacerlo junto a mi hermano de otra madre Manny Marín fue... Sin él no hubiera podido hacerlo, sin duda. A veces no es cuestión de propósito, medios, fondos o intención. Necesitas a alguien a tu lado que te diga "yo comeré pollo frito contigo". Pude comprarle un imán de nevera a Silvia, pude ponerle los dientes largos a Manu y pude acabar con la paciencia de María Jesús... o sea, que miel sobre hojuelas.


Y eso, que tengo muchas cosas que agradecer: tengo qué comer y dónde comerlo, tengo con qué abrigarme en invierno y, de los vivos, no echo de menos a nadie. ¿Qué más se puede pedir?

"Si estás buscando un amigo perfecto, jamás encontrarás la amistad. Ni siquiera tu reflejo en el espejo es perfecto, pues desaparece cuando te das la vuelta."

Gracias a todo@s.


Oh, sí: los duendes existen. Desenlace.

 


Y en un arranque de locura me digo a mí mismo “pase lo que pase, tengo que facturar la maleta de mano”, y no ya por la ropa sudada y la interior menos decorosa, sino por el material que he podido recoger estos cuatro días y los “souvenirs” que han ido llenando mis bolsillos. Esa maleta no puede quedarse en tierra.


Que digo yo, si pagas un billete para poder llevarlo contigo en cabina, ¿por qué diantre debo verme obligado a perderlo de vista?

Bueno, esto es otro tema… Sigo.

De manera que me subo al skylink rogando por que mi duende no me abandone, en un viaje que se me antoja de todo menos rápido y, para colmo, la terminal A se divide en dos secciones. ¿Cómo voy yo a saber si el mostrador 850 está en la primera o segunda terminal? De modo que decido bajarme en la primera y, cómo no, el dichoso mostrador está en la segunda. ¡Ya no me da tiempo de volver a subirme al skylink!



La maleta de mano no tocaba el suelo. Repetía yo en mis adentros “¡corre, Forrest, corre!” al tiempo que hasta la sonrisa de los niños que descubría a mi paso me parecía una afrenta personal.

-          Señora, señora, aparte, señora.

Y, de pronto, cuando ya había consumido más de la mitad de tiempo hasta el embarque de mi vuelo EN OTRA TERMINAL A MÁS DE QUINCE MINUTOS DE DISTANCIA -por si lo habíais olvidado-, me encuentro con un stand de información de la aerolínea. Y me paro. Porque no sé dónde está el mostrador 850 y porque me da la real gana, ea. El sudor que surca mi frente y atraviesa mi camisa me otorga el beneficio de ser maleducado.


Pero la señora en el stand está atendiendo a otro viajero. PERO, POR CARIDAD DIVINA, ¿CÓMO SE ATREVE?

Me resigno, me persigno y pongo cara de amargado, a ver si consigo dar penita.

Y entonces ocurre. Y juro que no exagero ni un ápice. A mi espalda suena una voz femenina, que en un delicioso tono me susurra (en inglés):

-          ¿Te puedo ayudar yo?

Una señora delgada vestida con el uniforme de la aerolínea, de pelo cano, quizá sesenta años y los ojos azules más bonitos que nunca he visto, me dirige una sonrisa a menos de medio metro. Imagino que se compadeció de mí o de mi aspecto de peregrino sarraceno.

-          Por favor, -le digo, intentando parecer coherente-, me acabo de enterar de que debo facturar mi equipaje y no tengo ni idea de dónde debo dirigirme. Me estoy volviendo loco.

-          Ok. Pero eso no es culpa mía, yo ya te he encontrado así —El comentario arranca mi sonrisa y ella me acompaña con el delicado cascabel de su risa -vale. Suena cursi y mariposón. Si te incomoda deja de leer porque no voy a dejarlo aquí. Y ella continúa — tranquilo. Respira y déjame ver tu pasaje.

Yo saco la reserva en mi móvil y ella me indica que la introduzca en una máquina gigantesca delante de la que habíamos estado hablando todo el rato y en la que yo, por los nervios intuyo, no había reparado.

-          Vale, debes ir a la puerta A33 de esta terminal, la A.

-          Disculpe, pero no. Ayer mismo me confirmaban que es la D33 de la terminal D, a tres expediciones de aquí.

-          No, eso ya no vale. Ha cambiado. Es esa cola de ahí…

Y me señala una cola de pasajeros a poco menos de quince metros de donde nos encontramos hablando. No creía lo que me estaba diciendo. Pero veo en la pantalla sobre la jovencita hispana de generosa sombra de ojos con el uniforme de American Airlines, que es mi vuelo y que es mi destino. O sea que, sin saberlo y sin siquiera pretenderlo, he corrido hasta la puerta de embarque que me corresponde.



Si me hubiera quedado frente a la D33 de la terminal D, y conociéndome como me conozco, me hubiera quedado allí hasta que, a falta de dos minutos de embarcar, me hubiera liado a mamporros con la puerta, con la intención de que me dejaran pasar. Eso si, enfrascado en la lectura, no se me hubiera pasado la hora del vuelo. Por lo que sea, un terrible error me hizo encaminarme hacia donde debía estar y esa señora, con el rostro y las maneras de un ángel, me descubrió que todavía hay esperanza para mí. Y vuelvo a decir que no exagero ni un ápice esta historia.

-          ¡Pero aún tengo que facturar esta maleta, querida!

Si, le dije “querida”, y un poco más y le pido matrimonio. Y ella me sorprendió, diciéndome:

-          No te preocupes. Hay mucho espacio en ese vuelo para tu maleta.

Bueno, la verdad es que dijo “belongings”, que se traduciría como “pertenencias”, pero todo lo demás fue exactamente como digo. Volvió a sonreírme y yo di quince pasos hasta la puerta de embarque. Cinco minutos después empezábamos a desfilar hacia el enorme 777. No la volví a ver. Y sí, había suficiente espacio en cabina para mis “belongings”.

A veces no es lo que quieres creer, sino lo que experimentas, lo que marca un antes y un después en tu percepción de la realidad.

Es viernes, 14 de noviembre de 2025. Feliz fin de semana.

Oh, si: los duendes existen.

 


Para que digan que los misterios no existen.

Acabo de regresar de Estados Unidos y, como Cástor, estoy convencido de que hay un duende que vela por mí… porque mi cabeza me mete en líos que algún día terminarán por darme un buen susto. He preferido explicároslo para que veáis hasta dónde mi pequeño duende está pendiente de mis designios.

Tenía que coger un vuelo de American Airlines desde Dallas con destino Madrid el día 11 de noviembre, de modo que el día 10, de mala gana y pasadas las 17:00, hice el “check in” de pasaje. Debes hacerlo 24 horas antes de que salga tu vuelo, según normativa de la aerolínea. En dicho check in, se me comunica que debo estar en la puerta D33 de la terminal D, para coger el vuelo AA36. D33 de la terminal D, vale.


Dicho y hecho, me desplazo hasta el aeropuerto internacional de Fort Worth y, si has tenido la oportunidad de visitarlo, sabrás que es una maldita pesadilla, pero de las más enormes que te puedas imaginar: son cinco gigantescas estaciones (a, b, c, d y e) que se comunican entre ellas por un “shuttle”, el Skylink, un pequeño tren que traslada a los pasajeros de estación en estación, dependiendo de sus necesidades. Es un servicio rápido y constante que cubre el recorrido en pocos minutos.


Sigo: D33 de la terminal D, vale.

Llegamos con tiempo más que suficiente, pero el trámite para devolver el coche de alquiler de Alamo Car Rentals, sumado a la total falta de cortesía de la asistente de la sucursal, una afroamericana de gigantescas uñas naranjas, con tanta pedrería incrustada que no sé cómo no acaba con agujetas en los dedos, hizo que se nos retrasara todo un poco, porque el centro de devolución de vehículos está FUERA del aeropuerto, y debes coger un autobús azul que te deja, a ti y a tus maletas, en el centro de recepción de cada una de las terminales del gigantesco aeropuerto. Como digo, una gestión muy compleja que vas aprendiendo a medida que te encuentras con ella.

De todos modos, llegué a la puerta D33 de la terminal D con más de dos horas de adelanto y me dispuse a hacer tiempo leyendo un poco y paseando por las diferentes tiendas duty-free.

Pero cuando faltaban exactamente 44 minutos para embarcar, me vino a la memoria el recuerdo de algo que había ocurrido durante el “check in” online y que me puso los pelos de punta. Recordaba haber hecho una captura, con la intención de volver sobre ello “cuando tuviera tiempo” y, obviamente, ese “cuando tuviera tiempo” era precisamente a falta de 44 minutos de subirme al avión. Y resulta que aquella captura me informaba de que me comprometía a facturar mi equipaje, sin cargo alguno, debido a las restricciones de espacio de mi vuelo… Y aquí viene lo bueno: debía facturarlo en el mostrador A 850 de la terminal A del aeropuerto. ¡LA TERMINAL A, Y YO ESTOY EN LA D!


Me puse muy nervioso. Falta poco para embarcar y tengo que facturar mi maleta en un mostrador que está a un mundo de distancia. Corriendo como puedo, localizo las escaleras que me llevan hasta el skylink con su distintivo color naranja y, tan pronto como me subo a él, el panel digital me informa que mi terminal se encuentra a quince minutos… faltan ahora 36 minutos para que abran las puertas de mi vuelo y yo estoy a 30 (quince de ida y quince de vuelta) de poder embarcar. Cualquier retraso facturando la maleta convertirá aquella aventura en un desastre total…

 

Continuará. No te pierdas el desenlace que hay milagros y ángeles de ojos azules.

Príode al día


Lo sé. Tengo muy abandonado este blog. Y es imperdonable porque Príode es mi hijo y me siento muy orgulloso de él.

Lo cierto es que me hayo inmerso en otro proyecto relacionado con el mundo del celuloide que me roba el 110% de mi tiempo libre, y me ronda un tercero que me tienta desde hace décadas. ¿Qué os parecería que demostrara sin asomo de ninguna duda, que lo que sabemos del asesinato del presidente Kennedy, se acerca mucho más a lo que dilucidó la comisión Warren, que a lo que postula la veintena de teorías de la conspiración?

A lo que iba. Han pasado ya seis meses desde que Príode viera la luz y cada día recibo comentarios y críticas de lectores. En general muy halagüeñas, y por las que estoy plenamente agradecido, aunque siempre hay quien confunde el carácter de la novela y lo lleva a convertirse en un atentado contra las creencias religiosas de las mentes más arraigadas y no evolucionadas. Y no quiero decir “retrógradas”, sino que no han evolucionado con el devenir de la Iglesia Católica y el cristianismo.

En fin: no hay mal que por bien no venga, porque dichas posturas me obligan a plantearme si dejé algo en el tintero de la trama.

Descubro que Príode se puede adquirir ya en México, Centroamérica, Sudamérica, y en Andorra. Todo suma.

Muchas gracias por seguir ahí.



HAZTE CON TU EJEMPLAR